miércoles, 12 de enero de 2011

Canal de Podcast

Hola a tod@s , aqui os dejo el enlace a mi canal de podcast, espero que os resulte interesante

       
El apego en el ser humano

lunes, 27 de diciembre de 2010

LAS NUEVAS FAMILIAS

En los últimos tiempos la familia tradicional parece que se está transformando de tal forma que hoy en día están apareciendo nuevas estructuras familiares que cumplen las mismas funciones.





En muchas ocasiones, los miembros de la pareja llena años pensando en la posibilidad de divorciarse, pero no lo hacen “por los niños”. Así, durante mucho tiempo pueden darse numerosos conflictos que afectan a la estabilidad emocional de todos los miembros de la familia y que los adultos no son capaces de resolver. Es posible que los adultos lleguen a acostumbrarse a los enfrentamientos, pero los niños que padecen conflictos continuos entre sus padres no logran habituarse nunca y viven con mayor angustia que aquellos cuyos padres toman la decisión de separarse. Según algunos estudios, el mejor predictor de los problemas de conducta infantiles no es el divorcio de los padres, sino las disputas entre ellos.

En cualquier caso, el principio del divorcio de sus padres suponen un momento difícil y angustioso. En los adultos suele producir sentimientos de fracaso, frustración y depresión; para los hijos supone una pérdida de seguridad y de estabilidad emocional.
Muchas veces el divorcio supone una disminución del nivel económico, lo cual puede originar cambios de domicilio, barrio, colegio y amigo para los niños. El progenitor que tenga la custodia de los hijos debe cumplir con todas las tareas que antes compartía.

Todos estos cambios tienen efectos en los niños que en un primer momento, cuando se produce la separación suelen mostrarse tensos, deprimidos o rebeldes. También puede pasar por dificultades escolares y disminuir su rendimiento o tener menos amigos. No obstante, existen determinadas variables que influyen decisivamente en cómo se adaptan a esta nueva situación y cómo se va a producir su desarrollo posterior.

La edad

La percepción y la vivencia del divorcio van a depender de la edad del niño cuando los padres se separan. Así, los bebés no suelen notar los cambios, siempre que se mantengan sus horarios y rutinas, mientras que los niños preescolares son los que parecen vivir peor la separación. En esta edad el niño suele culpabilizarse por la situación. Durante los años preescolares, los niños tienen una idea de la familia muy unida al hecho de vivir en la misma casa o bajo el mismo techo. El que uno de los padres deje de vivir en la misma casa puede producir una gran sensación de abandono y sentimientos de tristeza.

Los niños mayores, sobre todo los adolescentes, comprenden mejor las razones que llevan al divorcio y las diferencias que existen entre sus padres. En algunos casos pueden reaccionar con conductas desadaptadas como absentismo escolar, conducta sexual precoz o delincuencia, pero en otras, aceptan la decisión de los padres con gran madurez e incluso pueden adoptar conductas de protección de los hermanos menores y de apoyo emocional a la madre. Además, los grupos de amigos y las actividades extraescolares que no suelen realizar los pequeños constituyen un gran apoyo para superar los momentos difíciles dentro del hogar.

El género
Según muestran muchos estudios, los chicos parecen adaptarse peor al divorcio de los padres que las chicas. Para algunos autores existen razones para pensar que, en realidad, los chicos están expuestos a mayores niveles de stress y por eso muestran conductas más desadaptadas. Así, por ejemplo, los chicos suelen perder al progenitor de su mismo sexo, ya que es la madre la que suele tener la custodia de los hijos. Por otra parte, los chicos desafían más las pautas de disciplina que las chicas y crean un ambiente más estresante. Además, los padres perciben a los chicos como menos vulnerables y tienden a protegerlos menos y, por último, los profesores y compañeros tienen una idea más negativa de los chicos de padres separados que de las chicas y también les proporcionan menos apoyo.

Para otros autores, los chicos tienen mayores dificultades para pedir ayuda en momentos duros y expresan más sus conflictos mediante los problemas de conducta, mientras que las chicas tienen más facilidad para liberar tensión mediante la comunicación y parecen vivir los conflictos hacia el interior.

El temperamento

Los niños que tiene un temperamento difícil tienen más problemas a la hora de adaptarse al divorcio de sus padres que los niños con temperamento fácil. Es posible que al ser más difíciles de tratar, calmar o consolar, estos niños aumenten el stress de sus padres y pierdan la paciencia o sean incoherentes con ellos.

Esta variable permite comprender mejor las diferencias que acabamos de comentar acerca del género. En general, los chicos son más activos, mas inconformistas y mas desafiantes que las chicas. Cuando se tienen que enfrentar a una situación estresante éstas son las pautas temperamentales que utilizan porque son de las que disponen. Al contrario, las niñas suelen ser más tranquilas e introvertidas e, igualmente, utilizan esos recursos cuando se enfrentan a situaciones estresantes.

Pautas educativas del progenitor que tiene la conducta

El tipo de interacciones que establezca el progenitor que tiene la custodia con los niños (generalmente la madre) será fundamental para su desarrollo. En un principio es normal que se produzcan desequilibrios y que el ambiente resulte inestable. Tanto la carga emocional de la madre como los problemas de adaptación de los hijos pueden llevar a una cierta desorganización en el control de las conductas de los hijos y en el control de las propias pautas educativas que imponga la madre. Sin embargo, con el tiempo la madre suele conseguir manejar el stress y establecer relaciones armoniosas con los hijos. En este sentido, adoptar un estilo educativo democrático ofrece muchos elementos positivos.

Contacto con el progenitor que no tiene la conducta

Para conseguir un buen ajuste psicológico es muy importante que los niños sigan teniendo contacto con el progenitor que no tiene la custodia (generalmente el padre).

Tanto si se trata de niños como de niñas, el contacto con el padre hace que disminuya la sensación de pérdida y de distanciamiento con una figura relevante en su vida. Además, es una importante fuente de cariño y apoyo. Pero además, en el caso de los niños varones, el contacto con el padre resulta muy beneficioso ya que permite una identificación adecuada con los roles propios de su género.

Calidad de la relación entre los dos progenitores

Uno de los factores que mejor predice el ajuste de los hijos ante el divorcio de sus padres es la calidad de la relación entre los padres después de la separación. Los padres que se esfuerzan por mantener una relación cordial y, sobre todo, por no mezclar a los hijos en sus disputas consiguen que su evolución sea mucho más positiva.

Además, cada uno supone un apoyo para el otro y transmiten al niño la sensación de que pueden confiar tanto en uno como en otro.

Cuando la custodia la tiene el padre

Como hemos mencionado antes, después del divorcio la mayor parte de las veces es la madre quien convive con los hijos. Esto responde, en parte, a la tradicional idea de que el primer vinculo que se establece es el materno y que no se debe romper. Aunque está claro que cuando se establecen los vínculos afectivos no es conveniente romperlos, eso no significa que la persona mas indicada para criar a los hijos sea siempre la madre y, mucho menos, que nadie mas que ella esté capacitado para realizar esa labor.
Hay ocasiones en que la custodia la ejerce el padre y los hijos pasan a vivir con él. Para la mayoría de los padres esto supone un cambio radical en sus vidas puesto que van a tener que llevar a cabo numerosas tareas de las que antes, seguramente, no se ocupaban. En este sentido, los niños que observan a su padre realizar tanto tareas “propias” de hombres como de mujeres, adquieren unos estereotipos de género mucho más flexibles que los tradicionales.

Los estudios que han evaluado la evolución de los hijos que viven con sus padres ofrecen resultados tan positivos -o incluso mas- que los que viven con sus madres. Además, al comparar los efectos en niños y niñas se parecía que el convivir con el padre tiene para los niños efectos más beneficiosos que convivir con sus madres. Esto sucede porque parece que los padres dan una imagen más autoritaria y consiguen que sus hijos se sometan mejor a su disciplina que a la que imponen las madres. Por otra parte, los padres refuerzan más las conductas positivas de los chicos y tienen menos en cuenta las negativas.

Respecto al desarrollo de las niñas, se observa que la convivencia con los padres favorece el aprendizaje de unas pautas de conducta heterosexual mas adaptadas que cuando no disponen de una figura masculina.

Recomposiciones familiares

Los niños que viven el divorcio de sus padres suelen vivir, unos años después, el nuevo emparejamiento de sus progenitores con otras personas.

El principio de la convivencia de las llamadas familias reconstituidas es siempre complicado. Los diferentes miembros deben acostumbrarse a convivir con personas que no conocen de nada. La familia debe encontrar la manera de establecer normas e interacciones satisfactorias para todos sus miembros. En muchos casos, los niños son ya mayores y el nuevo compañero o compañera del progenitor que tiene la custodia ni ha seguido su evolución ni conoce su historia. El ejercicio de la autoridad y la disciplina es uno de los mayores problemas con que se enfrentan estos nuevos padres y madres.

Estas nuevas familias atraviesan diferentes etapas en función de cómo van evolucionando. En un principio, parece que los padres fantasean sobre e amor que surgirá casi a “primera vista” entre ellos y los niños. Los niños, al contrario, suelen tener una imagen negativa del padrastro o la madrastra que, seguramente, han extraído de la literatura infantil. Esta visión les puede llevar a tener ciertos reparos a la hora de interaccionar con el nuevo adulto que aparece en su vida. Además, para ningún niño –ni adulto- es fácil establecer una relación de confianza con un desconocido.

En general, se suelen organizar subsistemas que coinciden con los lazos biológicos entre padres e hijos. Cuando surgen las peleas entre los hijos de cada adulto, o entre los hijos y la nueva pareja, el adulto se puede sentir abrumado y sin recursos para poder manejar la situación. En general, se suelen adoptar medidas para reconducir la convivencia que tienen éxito pero, si esto no se logra, el stress familiar puede provocar la ruptura de la pareja.
La adopción de soluciones ante estos conflictos implica que cada miembro de la familia establezca sus necesidades, que se construyan nuevas bases sobre las que apoyar el sistema familiar, que se adopten pautas comunes sobre las que exista acuerdo entre la pareja y que, en la medida de los posible, se rompan las fronteras entre los núcleos biológicos. El adulto nuevo que llega a la familia debe tener especial cuidado en cómo manejar su relación con los hijos. con el tiempo, los niños podrán considerarle como un adulto en el que se puede confiar pero que no establece pautas de disciplina. Si la relación continua siendo positiva y los niño son relativamente pequeños, llegará un momento en que la implicación del adulto en su vida alcance también la autoridad y la disciplina. En el caso de hijos mayores imponer estas pautas resulta más difícil. Para los hijos adolescentes y aun mayores. La nueva pareja de su padre o su madre suele ser alguien en quien confiar y con quien compartir problemas o inquietudes.

Encontrar cada uno su lugar dentro de este nuevo sistema y establecer las normas de convivencia adecuadas es un proceso largo y complejo, que suelen durar como mínimo 4 o 5 años, y en el que puede haber épocas de desconcierto y estrés.

Existen determinadas variables que influyen en cómo evoluciona este proceso:

1. La edad

El principio de la adolescencia es la época más difícil para adaptarse a las recomposiciones familiares. Cuando el adolescente tiene que habituarse a la presencia de otro adulto, a convivir con él y adaptarse a un nueva dinámica familiar, los cambios resultan aun mas bruscos y difíciles de resolver.

2. El género de los hijos y de la nueva pareja

En general las chicas, especialmente si están en la adolescencia, encuentran mas dificultades y tener una buena relación con la nueva pareja de su padre o su madre. Cuando se trata de una figura masculina, suele interferir con los procesos de maduración sexual y de interacción con los miembros del otro sexo, que ya por si solos son complejos y ocasionan dificultades a todas las adolescentes. Además, para las chicas la aparición de un hombre en casa supone la amenaza dela pérdida de la relación estrecha que había establecido con su madre. También a las niñas les cuesta llevarse bien con una figura femenina. Muchas veces se dan conflictos de lealtad entre las dos figuras maternas. En función de cómo planteen la madre biológica y la nueva pareja del padre su relación con la hija estos problemas desaparecerán.

Para los chicos parece que es más fácil adaptarse a esta situación, sobre todo, si es una figura masculina la que llega al hogar. Los niños se benefician de la aparición de una figura masculina si no comienza ejerciendo su autoridad y se muestra cariñoso y preocupado por la vida de los niños. Cuando la nueva pareja es una figura femenina, al igual que para las chicas, la adaptación es más difícil.


3. El contacto con el progenitor que no tiene la custodia

Uno de los factores que contribuyen a la evolución adecuada de estas nuevas familias es que los hijos sigan manteniendo una relación estrecha y estable con el progenitor que no tiene su custodia. Si tanto el progenitor que no tiene la custodia como la nueva pareja del otro consiguen establecer de forma clara cuál es su papel dentro de la vida del niño, la adaptación será más fácil porque tendrán menos problemas de lealtades.

Las segundas nupcias tienen más probabilidades de terminar en divorcio que las primeras. Aun así, los estudios muestran que las familias recompuestas, después de unos años, logran niveles de ajuste casi tan buenos como los de las familias intactas y mayores que los de las familias monoparentales. El fracaso repetido de las recomposiciones familiares puede tener efectos negativos en la estabilidad emocional de los hijos debido al esfuerzo de adaptación que supone, a la redefinición de roles y, en general, a todos los cambios que hay que afrontar.

Padres homosexuales
Existen estudios que han comparado algunos aspectos del estado psicológico de niños que viven con padres homosexuales con niños que viven con padres heterosexuales. Los datos de estos trabajos demuestran que el ajuste psicológico de estos niños es tan bueno como el de los niños que viven en familias tradicionales y mejor que el de niños de familias mono parentales. Por ejemplo, aspectos que pudieran ser más complejos de definir para estos niños, como la identidad sexual, la orientación sexual y la realización de conductas asociadas al género, han resultado ser similares para ambos grupos de niños.

En general, parece que los padres homosexuales muestran un grado de compromiso y eficacia similar al de los padres heterosexuales en el cuidado y educación de sus hijos. en algunos estudios se encuentra que los padres varones homosexuales son más eficaces que los heterosexuales a la hora de imponer sus límites a la conducta de sus hijos y se muestran más receptivos a sus necesidades. Quizás, la mayor diferencia con el resto de los niños que están expuestos al rechazo porque viven en sociedades en la que no se acepta la orientación sexual de sus padres.
 
 
 

En un principio, el padre constituye una figura con la que compartir algo de tiempo. La mayor parte de los padres se dedican a inventar actividades para hacer durante el rato que están con sus hijos. si no se consigue una mayor implicación existe el riesgo de que el contacto sea cada vez mas distante en el tiempo y la relación termine perdiéndose. Esto puede provocar en los hijos frustración, sensación de abandono y pérdida y la impresión de que su padre ha dejado de interesarse por ellos.
 

LA FAMILIA DURANTE LA ADOLESCENCIA

Hacia 1950, desde posturas cercanas al psicoanálisis se defendía la imagen del adolescente rebelde que necesita casi romper los lazos afectivos con la familia. Al contrario, unos años más tarde apareció una visión de la adolescencia con un periodo en el que casi no hay conflicto y las relaciones con los padres son armoniosas. Actualmente estas dos posturas se han unido y se mantiene una concepción más equilibrada de la adolescencia como periodo en el que se producen determinados cambios aunque se continúa un camino que comenzó a andarse durante la infancia.


La mayoría de los conflictos entre los adolescentes y sus padres se deben en el fondo a una cuestión de control. Los adolescentes quieren librarse del control que sus padres ejercen sobre ellos porque consideran que ya son capaces de hacer muchas cosas por sí mismos. Los padres, por el contrario, pretenden seguir imponiéndose como lo hacían durante la infancia. Cundo los niños son pequeños y no tienen capacidad para decidir lo que quieren, el control de los padres domina las relaciones familiares, pero los adolescentes comienzan a pensar solos y a considerar a los amigos como otro grupo de referencia muy importante que dicta pautas.


En general, los conflictos son mayores al inicio de la adolescencia y hacia los 18 años suelen haber terminado. Afectan más a la madre que al padre, porque normalmente se refieren a aspectos de la vida cotidiana como la vestimenta, la higiene, los horarios o la alimentación, y en estos ámbitos es la madre la que impone el control. El que los conflictos sean más agudos al comienzo de la adolescencia se debe a que el adolescente todavía no tiene formada su identidad personal y necesita afirmarse a través de todos los aspectos que mencionamos antes. Unos años más tarde, cuando la identidad personal del adolescente está ya más formada, estos elementos pierden peso y los conflictos se reducen. Por otra parte, los conflictos desaparecen porque los padres suelen ceder ante los hijos a medida que se van dando cuenta de que sus hijos ya no son pequeños, que sus argumentos van teniendo sentido y que deben reducir su control ante ellos.
Uno de los aspectos que mayores modificaciones sufre durante estos años es la expresión de la afectividad. Los adolescentes suelen mostrarse ariscos y distantes con sus padres y llega un momento en que ya no se dejan besar ni abrazar. Los padres suelen quejarse de esta falta de afecto y tienen que modificar sus interacciones para acomodarse a esta nueva situación. Al igual que los conflictos, pasados unos años las relaciones volverán a la normalidad.

Como consecuencia de los logros cognitivos de esta etapa –el pensamiento formal, el pensamiento abstracto y la capacidad para plantear hipótesis-, las representaciones que los hijos tienen de los padres también se modifican. A partir de la adolescencia se empiezan a ver sus defectos y se empieza a pensar en cómo serian unos padres ideales. Como cabe suponer, los padres ideales nunca coinciden con los propios (quizás porque no existen) y los adolescentes disponen de diferentes recursos para criticar o rechazar sus actuaciones.

Por otra parte, los adolescentes comienzan a establecer relaciones de amistad que se basan en la igualdad. Los amigos y la forma de relacionarse con ellos constituyen en esta época una referencia importante. En muchas ocasiones, los adolescentes intentan trasladar esa forma de relacionarse con sus amigos, basada en la igualdad y la simetría, a la familia. Durante la infancia los padres ejercen su autoridad y cuando los hijos llegan a la adolescencia, se resisten a perderla. Así, aunque los hijos no cuestionan l autoridad de los padres en ciertos ámbitos como la moral o las convenciones ni pretenden una libertad total, sí reclaman que la autoridad desaparezca cuando se trata de cuestiones que sólo les afectan a ellos. El conflicto surge cuando se intenta establecer qué cosas son estrictamente personales y cuáles se mezclan con las cuestiones sociales o convencionales.

 

A pesar de todo, las funciones que cumple la familia se mantienen a lo largo de todo el ciclo vital. Durante la adolescencia, la familia sigue proporcionando cuidados y atención, así como las pautas de socialización necesarias para el desarrollo y la integración en la sociedad. Además, los roles familiares siguen siendo los mismos durante este periodo.

El estilo educativo también es un factor clave que define a la familia y se mantiene durante la adolescencia. Los efectos de los estilos educativos en la adolescencia son similares a los de la infancia. Así, el estilo democrático parece ser el mas eficaz y adecuado para conseguir un buen nivel de autoestima, la consecución de logros y una buena relación con los padres. En general, los hijos adolescentes de padres democráticos suelen ser mas autónomos, tienen un buen rendimiento escolar y presentan menos problemas de conducta y emocionales cuando se les compara con otros adolescentes. Esto se consigue porque los padres democráticos son capaces de ir retirando su control a medida que los hijos van demandando autonomía pero, a la vez, siguen proporcionando el apoyo necesario para que el desarrollo sea adecuado.
Los padres permisivos son, quizás, los más dañinos para los adolescentes. Estos padres, que generalmente no imponen límites, parecen no preocuparse por los logros, las actividades o las preocupaciones de sus hijos. La sensación de los hijos es que a sus padres no les importa los que hagan. Esta situación puede provocar trastornos como la depresión, problemas conductuales o emocionales y fracaso escolar.

El problema principal de los padres autoritarios es que no ceden en su imposición de control. En una situación en la que no se permita un mínimo de independencia, es posible que se produzcan conflictos más o menos graves y que el adolescente termine rebelándose o desafiando la autoridad de sus padres. 


Por último, otro de los aspectos que se mantienen contiguos entre los padres y sus hijos adolescentes son los valores y la ideología política, religiosa y social. Así, padres e hijos suelen estar de acuerdo en la mayor parte de sus convicciones excepto en las actitudes que mantienen hacia el sexo. Aunque la visión general suele coincidir, tanto chicos como chicas presentan conductas y actitudes sexuales más liberales.

En resumen, los conflictos entre los padres y los adolescentes son normales al principio de esta etapa y responden al aumento del deseo de autonomía por parte de los hijos. Hay que señalar también que, mientras que los padres no suelen dar mucha importancia a estos conflictos porque los perciben como una nueva forma de plantear los conflictos que también existían en la infancia –por ejemplo, la hora de irse a la cama-, para los adolescentes tienen mucha más importancia porque se tratan de imposiciones que les impide formar su propia identidad. Por eso, en ocasiones pueden exagerar la gravedad y la importancia de los conflictos así como de las actuaciones de sus padres.

lunes, 20 de diciembre de 2010

No basta de Franco de Vita

Aqui os dejo una cancion para reflexionar, sobre todo para aquellos que seais padres.                               Espero que os guste

jueves, 16 de diciembre de 2010

LAS PRIMERAS INTERACCIONES FAMILIARES (0 A 2 AÑOS)


Las interacciones familiares durante los primeros meses de vida

Durante los primeros meses de vida, los bebés parecen ser seres pasivos, que casi no reaccionan ante los estímulos y que pasan la mayor parte del tiempo durmiendo. A pesar de esta apariencia, hay que destacar que los bebés disponen de formas de comunicación rudimentarias que ponen en funcionamiento desde los primeros momentos de vida. Por ejemplo, lloran cuando tienen hambre, transmiten algunas de las emociones básicas a través de expresiones faciales y muestran más interés por estímulos sociales comolas caras y las voces humanas.

Uno de los principales cambios se produce hacia los tres meses, cuando el bebé empieza a reaccionar de forma especial ante los gestos y señales de sus cuidadores habituales. A partir de este momento, las madres y los padres establecen una forma de comunicación diferente, que incluye el juego cara a cara y que supone la base de muchos progresos cognitivos y sociales posteriores.

Cuando un adulto se dirige a un bebé adopta una forma de hablar bastante peculiar que no aparece en otras situaciones comunicativas. Así por ejemplo, se producen muchas repeticiones, se exagera la entonación, se varía el tono, se hacen muchas preguntas, las frases son cortas, etc. Este conjunto de rasgos conforman lo que se ha denominado el habla de estilo maternal. El adulto observa las reacciones del bebé. Este puede mirar al adulto, abrir los ojos, sonreír, llorar o moverse pero, en todo caso, queda claro que está interactuando.

Aunque existen diferencias culturales en cuanto a cómo se produce esta interacción, parece ser una pauta común y universal.


En un principio las interacciones son asimétricas, es el adulto el que las dirige y parece realizar toda la actividad. El adulto mantiene en las interacciones un alto grado de orden. Esto permite que el niño aprenda a predecir lo que va a suceder y conozca la secuencia de acciones tal y como se realiza. Poco a poco, el bebé se va haciendo mas activo y aumenta su papel hasta que llega a utilizar su turno de la interacción para introducir algún elemento nuevo. Estos juegos se denominan formatos y constituyen un contexto en el que el niño aprende uno de los fenómenos mas relevantes de la comunicación: la existencia de turnos.
Mediante estas interacciones coordinadas se establece un verdadero dialogo entre el bebé y el adulto. Hay veces en que la interacción está perfectamente coordinada y se produce un ajuste muy satisfactorio para los dos. No obstante, estos momentos son en general breves y poco frecuentes y no superan el 30% del tiempo total de juego entre padres e hijos. (Berger y Thompsom).

Es posible que los cuidadores realicen interacciones inadecuadas, en unos casos por estimular demasiado al bebé y, en otras, por estimularlo demasiado poco. En el primer caso se trata de madres o padres que, por ejemplo, intentan jugar con su bebé cuando este prefiere realizar otra actividad. Para defenderse, estos bebés ponen en marcha una serie de gestos que indican de forma clara que quieren evitar la interacción como apartar la mirada, intentar separarse del adulto o llorar. Los adultos que estimulan poco a sus bebés consiguen que éstos reaccionen poco, tanto con sus cuidadores habituales como con otros adultos. Así, miran, sonríen y vocalizan menos que los bebés que reciben más estimulación. Los bebés de madres deprimidas suelen ajustarse a este patrón.

El temperamento del bebé es otro factor que influye en el establecimiento de estas primeras interacciones familiares. En ocasiones, los bebés con temperamentos difíciles provocan respuestas de indefensión en los padres que terminan pensando “da igual, haga lo que haga va a seguir llorando”. Esta sensación de incontrolabilidad puede llegar a disminuir las interacciones e interferir en el establecimiento de los lazos afectivos, lo cual puede tener importantes repercusiones en diversos aspectos del desarrollo social, emocional y cognitivo del bebé.


Cuando se aprende a andar: las interacciones familiares en niños 1-2 años.

Cuando un niño empieza a dar los primeros pasos, las relaciones con los objetos y las personas que le rodean cambian significativamente. Esta novedad implica un cambio en las relaciones con los padres. Además, para la mayor parte de los niños de esta edad existen otros entornos como la guardería o los juegos con otros niños que también suponen un cambio en las relaciones sociales y familiares.

Las interacciones coordinadas y el establecimiento del apego constituyen la base para la relación entre el niño de uno a dos años y sus padres. Durante este periodo parece fundamental que se estimule la curiosidad del niño y que los padres se impliquen en sus actividades diarias.

Existe una escala de medida denominada HOME que evalúa si las condiciones de interacción y establecimiento de vínculos que los padres imponen en este periodo son adecuados para el desarrollo del niño. Esta escala está formada por seis subescalas que miden la capacidad de respuesta emocional y verbal de la madre, si se evita el castigo, cómo está organizado el entorno físico, si el niño dispone de juguetes adecuados, si la estimulación es variada y hasta qué punto el cuidador se implica en la actividad del niño.

Según diversos estudios, las puntuaciones en esta escala resultan buenos predictores del desarrollo cognitivo posterior del niño, incluso más que el CI. Si los adultos que cuidad del niño consiguen responder adecuadamente a sus demandas e implicarse en su actividad, evitar el castigo y organizar el entorno de tal forma que no haya peligros y la estimulación sea variada, es probable que el niño adquiera las capacidades y herramientas cognitivas adecuadas aunque posea un CI más bajo que otros niños cuyos padres no realizan bien todas estas funciones.

Esto no quiere decir que los niños que no disfruten de unas interacciones sincronizadas y satisfactorias vayan a sufrir graves secuelas a lo largo de toda la vida. Los acontecimientos que se vivan con posterioridad podrán modificar el desarrollo tanto de los niños que hayan tenido experiencias positivas, como los que han tenido experiencias negativas durante estos primeros años de vida.
LAS INTERACCIONES EN EL ÁMBITO FAMILIAR

La familia ofrece el primer contexto de relación social en el que resultan especialmente relevantes la formación de vínculos emocionales. La cualidad de las relaciones y los vínculos que se generan en la familia, suponen uno de los factores que más marcan el progreso psicológico, social y emocional de los individuos. Estas relaciones y vínculos tienen como marco las estrategias educativas y socializadoras que utilizan los padres. Más allá de las primeras interacciones familiares, es en los años preescolares cuando los padres comienzan a desplegar dichas estrategias.

Estilos educativos

Se denominan estilos educativos a las pautas y estrategias educativas que los padres emplean en las interacciones con sus hijos. Estas pautas educativas tienen como objetivo fundamental la socialización emocional y conductual de los hijos. Sabemos, además, que estas practicas tienen grandes consecuencias sobre el desarrollo psicosocial de los individuos. La perspectiva tradicional de los estudios sobre los estilos educativos parentales hacia hincapié únicamente en esta “dirección” en las relaciones entre padres e hijos. Sin embargo, los modelos actuales parten de las siguientes premisas a la hora de explicar los estilos educativos en el contexto de la familia:
1.     Las relaciones padre-hijo son bidireccionales, de forma que la elección de un estilo educativo también está influido por características propias del niño y su respuesta al mismo.
2.     Factores como la historia personal de los padres, su representación acerca de cuál debe ser su rol como educador, sus creencias sobre el desarrollo y sus expectativas sobre los hijos tienen gran importancia a la hora de elegir una estrategia educativa u otra.
3.     Los estilos educativos utilizados por los padres son tendencias que pueden modificarse tanto entre un hijo y otro como con cada hijo, dependiendo de las circunstancias, los contextos, el objetivo de la interacción, etc. pero, sin embargo, suelen constituir formas de comportamiento conscientes.
Los estudios clásicos sobre los que se asientan gran parte de las investigaciones actuales acerca de los estilos educativos son los de Baumbrind. Esta autora observó las interacciones que se producían entre padres y sus hijos preescolares y clasificó dichas interacciones en dos grandes categorías: exigencia y receptividad. La categoría exigencia recogía si, en las interacciones, los padres eran o no rígidos a la hora de imponer normas y hacer que sus hijos las cumplieran. Así mismo, tomaba en cuenta otra dimensión: si los padres eran o no sensibles o receptivos ante las demandas que les hacían sus hijos.

Atendiendo a estas dos dimensiones y a su combinación, Baumbrind propuso diversos estilos educativos: si eran exigentes y receptivos, el estilo educativo era democrático. Si no era exigente pero sí receptivo, se denominó permisivo, y si era exigente pero no receptivo se denominaba autoritario al estilo educativo.

Estas categoría y sus contenidos fueron redefinidas por MacCoby Y Martín en 1983. Así, la categoría exigencia fue denominada control y hace referencia al grado de presión que los padres ejercen sobre sus hijos para que estos cumplan los objetivos educativos que consideran deseables. Por otra parte, la receptividad fue incluida en la dimensión denominada afecto y supone el grado de sensibilidad y capacidad de los padres para tomar en cuenta y responder a las demandas de sus hijos, sobre todo aquellas referidas al ámbito de lo emocional. MacCoby y Martín proponen tomar en cuenta el grado en el que aparecen tanto el afecto como el control y esta es precisamente una de sus aportaciones a lo propuesto por Baumbrind: el hecho de interpretar las actitudes y comportamientos de los padres hacia los hijos, en forma de continuo. Además, los autores desdoblan el estilo educativo denominado permisivo por Baumbrind en permisivo e indiferente.

ü  Estilo educativo democrático
Los padres que utilizan un estilo educativo democrático tienen una visión de sus hijos como sujetos activos en el proceso de socialización y desarrollo. Además, dotan de gran importancia al afecto y la emoción en dicho proceso.
Las normas y su cumplimiento son vistos como elementos necesarios para el progreso de los niños, pero los padres establecen una jerarquía de importancia respecto a la cualidad y al cumplimiento de las mismas. Además, se fomentan el razonamiento y el dialogo sobre estas normas.


Como señala Berk, la educación democrática fomenta un acercamiento racional y respetuoso entre padres e hijos.
La pautas de comportamiento propias de este estilo de crianza y educación promueve la progresiva independencia y responsabilidad de los hijos. Se basa en la progresiva capacidad de razonamiento infantil y la impulsa mediante su puesta en práctica a través de distintos ámbitos, con complejidad creciente. Por otra parte, proporciona un marco adecuado de aprendizaje y desarrollo de la toma en consideración de los puntos de vista y motivos de los otros, características que son elementos fundamentales de la autonomía.
Distintas investigaciones han mostrado que los niños que han sido educados siguiendo estas pautas democráticas, muestran desde los años preescolares un concepto de sí mismo y una autoestima superiores a los niños cuyos padres utilizan otros estilos educativos. De igual manera, los niños muestran una mayor capacidad de relación e interacción así como una mayor madurez emocional.
ü  Estilo autoritario
Cuando los padres entienden que la educación ha de fundamentarse en el estricto cumplimiento de normas inmutables y que su papel es velar por dicho cumplimiento, nos encontramos ante un estilo educativo autoritario.
Ahora los niños son vistos como sujetos pasivos. No pueden razonar o pensar sobre las normas. Los puntos de vista de los niños o no se tienen en cuenta o se infravaloran, desde el convencimiento de los padres de que les falta capacidad y experiencia. Por ello, las pautas de comportamiento son impuestas y la respuesta a su desacato es en castigo. Además, los padres que utilizan este estilo de crianza entienden el ajuste perfecto a las normas como un signo de respeto.
En lo que se refiere al afecto, no se considera importante el aspecto emocional de las relaciones entre padres e hijos.
Este estilo fomenta la dependencia, además de interferir en el progreso de la capacidad de critica y razonamiento. Por otra parte, no resulta un buen modelo para el aprendizaje de capacidades de relación y toma en consideración del otro.
Se ha encontrado que los niños educados siguiendo este estilo educativo autoritario muestran, con frecuencia, un comportamiento ansioso y hostil. Tienen un nivel de frustración alto y se conducen de forma insegura. También es propio de este estilo promover entre los niños actitudes de introversión y un bajo nivel de autoestima.
ü  Estilo educativo permisivo
Las pautas generales de comportamiento de los padres que educan bajo la permisividad están relacionadas con una visión afectiva de las relaciones entre ellos y sus hijos. los padres se muestran cariñosos y atentos con sus hijos. Su visión de los niños es la de seres que han de desarrollarse por sus propios medios y que su capacidad como adultos para interferir en dicho proceso es mínima, por ello se sienten muy poco responsables del mismo.
Creen que el conocimiento y el cumplimiento de las normas no es un elemento importante de progreso y evitan demandar a sus hijos dicho cumplimiento e, incluso, intentan evitar exhibir un comportamiento impaciente ante ellos.
Los niños pueden expresarse y comportarse, prácticamente, de la forma que crean oportuno o les apetezca, siendo el control de los padres muy escaso, tomando decisiones que, en muchas ocasiones, no les competen o para las que aun no se encuentran preparados.
Como consecuencia de todo ello, los niños educados de forma permisiva presentan, a menudo, comportamientos inmaduros y un control de sus impulsos bastante deficiente. A la vez, su competencia social es baja y tienden a ser muy demandantes e inmaduros, con escasa capacidad de concentración y esfuerzo.
ü  Estilo educativo indiferente
Este estilo educativo supone una paternidad no responsable. En ella, la implicación emocional de los padres con sus hijos es baja y se combina con una falta de exigencia. Los padres indiferentes intentan que la educación de sus hijos conlleve el mínimo esfuerzo posible por su parte. Así, pueden acceder a los deseos de sus hijos si estos pueden satisfacerse de forma fácil y si ello revierte en su comodidad a corto o medio plazo.
Los niños educados con indiferencia muestran un desarrollo bastante deficiente, ya que carecen de vínculos emocionales de calidad así como de estimulación afectiva y cognitiva. En sintonía con esto, su capacidad y competencia en las relaciones sociales es escasa, mostrando, sobre todo con los adultos, una acusada tendencia a la dependencia.


Los niños educados en este estilo se muestran poco respetuosos con las normas, infringiéndolas constantemente o aceptándolas ciegamente si provienen de adultos con los que se vinculan afectivamente. Una baja autoestima y autoconcepto, así como inestabilidad psicológica y emocional, son otros de los rasgos que promueve la crianza basada en la indiferencia.
El caso extremo de una crianza indiferente supone la negligencia, es decir, la falta absoluta de interés y preocupación por procurar las condiciones físicas y emocionales básicas para el desarrollo de los niños, lo que supone, sin duda, una forma de maltrato.

La elección de un estilo educativo está condicionada por una serie de factores, entre ellos las características de personalidad del niño. Es probable que un niño con buen autocontrol y capacidades de relación contribuya a que los padres se dirijan a él en un tono conciliador, establezcan con él unas relaciones afectivas fáciles y que, además, la disciplina sea en gran medida innecesaria. Un niño excesivamente revoltoso o inquieto contribuirá a que sus padres traten de ejercer sobre él un mayor control. No obstante, con la edad los padres tienden a variar el peso del control sobre el niños, de manera que van acercándose cada vez más a estilos democráticos.
Durante las últimas décadas bastantes estudios muestran que la clase social es un elemento que se encuentra relacionado con la elección de una pauta de crianza u otra. En general, se observa una mayor tendencia a seguir un estilo autoritario entre las familias de clase baja. Las preocupaciones propias de la falta de recursos y sus efectos psicológicos sobre los padres podrían estar relacionadas con la puesta en práctica de este estilo. Las investigaciones también establecen relación entre un estatus social más acomodado y la elección de un estilo mas democrático. No obstante, como apuntan Rodrigo y palacios, nos estamos refiriendo a medias de comportamiento en grupos.
En general, podemos decir que la bondad de una práctica educativa viene determinada por su ajuste al momento y peculiaridades evolutivas del niño, al tiempo que tenga como objetivo prioritario promover su desarrollo integral.
LAS RELACIONES ENTRE HERMANOS

La llegada de un nuevo hijo supone una alteración en la configuración previa de la familia pero además repercute en las interacciones que se producen entre todos los miembros de la misma. El nuevo bebé modifica radicalmente el estatus del primer hijo: en primer lugar, respecto a la relación con sus padres, y en segundo lugar, en lo que se refiere en su posición frente a un igual.
Las relaciones entre hermanos resultan interacciones con características propias y ofrecen marcos de competencia social peculiares. No hay que olvidar que los momentos evolutivos de los hermanos se encuentran más sincronizados, lo que supone que las relaciones se establecen en un plano de mayor igualdad. Por ejemplo, resulta mucho más frecuente la comunicación de emociones y necesidades ante conflictos entre hermanos que entre hijos y padres.
Desde las últimas décadas, muchas de las investigaciones llevadas a cabo en este terreno, se han preocupado fundamentalmente por encontrar y estudiar los aspectos positivos de estas relaciones. Todas estas investigaciones tienen en común resaltar la complejidad re las relaciones entre hermanos, remarcando que si algún término puede definirlas es el de ambivalencia. Efectivamente, estas relaciones son complejas y llenas de afectos contrapuestos que suponen la combinación de sentimientos y emociones positivas con otras negativas. La explicación a esto hemos de buscarla en los distintos individuos que componen el grupo familiar, sus relaciones y la influencia que ejercen unos sobre otros. Así, las relaciones entre hermanos pueden analizarse tomando en cuenta dos factores fundamentales: Las características de los hermanos y las relaciones entre padres e hijos.
Las características de los hermanos
Autores como Dunn y Plomin apuntan que, al comparar hermanos, resultan mas frecuentes las diferencias en rasgos generales (personalidad, aptitudes, actitudes, etc.) que las semejanzas. Esto hace que uno de los factores que mejor predice unas relaciones filiales poco conflictivas sea lo que se denomina calidad de ajuste entre sus temperamentos. Así, hermanos con temperamentos y personalidades opuestas suelen ser mas conflictivos y hostiles entre sí que aquellos con temperamentos entre los que existe una mayor sintonía.
Durante mucho tiempo, la visión de la familia y los hermanos tendía a describir a estos desde la óptica de que son individuos que han sido educados por los mismos padres y en un ambiente similar. Hoy sabemos, que aunque las pautas de crianza son tendencias estables, estas se modifican atendiendo a un buen número de factores y que, por otro lado, las interacciones entre los diversos miembros de la familia tienen repercusiones en todo el sistema.

LAS RELACIONES PADRES-HIJOS

Las relaciones de los padres con cada uno de sus hijos marca de forma considerable el clima de relación entre los hermanos.
Sin embargo, como hemos visto, las interacciones de los padres con sus hijos están influidas, también, por la personalidad de estos. Así, cuando uno de los hijos es cálido o comparte gustos, intereses, motivaciones, etc., con uno de sus padres, este tiende a tratarle y a establecer vinculaciones afectivas con él diferenciadas. En otras ocasiones, los padres establecen tratos distintos entre los hermanos desde el convencimiento de que resulta lo mejor para su desarrollo. De cualquier forma, estas variaciones de comportamiento hacia los hijos suelen promover entre ellos sentimientos de competencia y rivalidad.

Por otra parte, aunque el estilo educativo es estable, muchos padres lo revisan al nacer su segundo hijo, haciendo un balance de cuáles son los resultados que perciben de su actuación con el primogénito. No obstante, un factor que tienen gran importancias respecto al trato diferencial por parte de los padres es la verbalización de comparaciones entre los hermanos en las que uno de ellos sale claramente perjudicado frente al otro. Este tipo de comportamientos paternos/maternos producen baja autoestima y sensación de abandono en el niño, menos valorado y fomenta la rivalidad y los celos.
Por último, señalar que aunque crecer con hermanos suponga grades beneficios ello no quiere decir que ser hijo único conlleve un desarrollo deficiente por carecer de dichas relaciones.