En los últimos tiempos la familia tradicional parece que se está transformando de tal forma que hoy en día están apareciendo nuevas estructuras familiares que cumplen las mismas funciones.
En muchas ocasiones, los miembros de la pareja llena años pensando en la posibilidad de divorciarse, pero no lo hacen “por los niños”. Así, durante mucho tiempo pueden darse numerosos conflictos que afectan a la estabilidad emocional de todos los miembros de la familia y que los adultos no son capaces de resolver. Es posible que los adultos lleguen a acostumbrarse a los enfrentamientos, pero los niños que padecen conflictos continuos entre sus padres no logran habituarse nunca y viven con mayor angustia que aquellos cuyos padres toman la decisión de separarse. Según algunos estudios, el mejor predictor de los problemas de conducta infantiles no es el divorcio de los padres, sino las disputas entre ellos.
En cualquier caso, el principio del divorcio de sus padres suponen un momento difícil y angustioso. En los adultos suele producir sentimientos de fracaso, frustración y depresión; para los hijos supone una pérdida de seguridad y de estabilidad emocional.
Muchas veces el divorcio supone una disminución del nivel económico, lo cual puede originar cambios de domicilio, barrio, colegio y amigo para los niños. El progenitor que tenga la custodia de los hijos debe cumplir con todas las tareas que antes compartía.
Todos estos cambios tienen efectos en los niños que en un primer momento, cuando se produce la separación suelen mostrarse tensos, deprimidos o rebeldes. También puede pasar por dificultades escolares y disminuir su rendimiento o tener menos amigos. No obstante, existen determinadas variables que influyen decisivamente en cómo se adaptan a esta nueva situación y cómo se va a producir su desarrollo posterior.
La edad
La percepción y la vivencia del divorcio van a depender de la edad del niño cuando los padres se separan. Así, los bebés no suelen notar los cambios, siempre que se mantengan sus horarios y rutinas, mientras que los niños preescolares son los que parecen vivir peor la separación. En esta edad el niño suele culpabilizarse por la situación. Durante los años preescolares, los niños tienen una idea de la familia muy unida al hecho de vivir en la misma casa o bajo el mismo techo. El que uno de los padres deje de vivir en la misma casa puede producir una gran sensación de abandono y sentimientos de tristeza.
Los niños mayores, sobre todo los adolescentes, comprenden mejor las razones que llevan al divorcio y las diferencias que existen entre sus padres. En algunos casos pueden reaccionar con conductas desadaptadas como absentismo escolar, conducta sexual precoz o delincuencia, pero en otras, aceptan la decisión de los padres con gran madurez e incluso pueden adoptar conductas de protección de los hermanos menores y de apoyo emocional a la madre. Además, los grupos de amigos y las actividades extraescolares que no suelen realizar los pequeños constituyen un gran apoyo para superar los momentos difíciles dentro del hogar.
El género

Para otros autores, los chicos tienen mayores dificultades para pedir ayuda en momentos duros y expresan más sus conflictos mediante los problemas de conducta, mientras que las chicas tienen más facilidad para liberar tensión mediante la comunicación y parecen vivir los conflictos hacia el interior.
El temperamento

Esta variable permite comprender mejor las diferencias que acabamos de comentar acerca del género. En general, los chicos son más activos, mas inconformistas y mas desafiantes que las chicas. Cuando se tienen que enfrentar a una situación estresante éstas son las pautas temperamentales que utilizan porque son de las que disponen. Al contrario, las niñas suelen ser más tranquilas e introvertidas e, igualmente, utilizan esos recursos cuando se enfrentan a situaciones estresantes.
Pautas educativas del progenitor que tiene la conducta
El tipo de interacciones que establezca el progenitor que tiene la custodia con los niños (generalmente la madre) será fundamental para su desarrollo. En un principio es normal que se produzcan desequilibrios y que el ambiente resulte inestable. Tanto la carga emocional de la madre como los problemas de adaptación de los hijos pueden llevar a una cierta desorganización en el control de las conductas de los hijos y en el control de las propias pautas educativas que imponga la madre. Sin embargo, con el tiempo la madre suele conseguir manejar el stress y establecer relaciones armoniosas con los hijos. En este sentido, adoptar un estilo educativo democrático ofrece muchos elementos positivos.
Contacto con el progenitor que no tiene la conducta
Para conseguir un buen ajuste psicológico es muy importante que los niños sigan teniendo contacto con el progenitor que no tiene la custodia (generalmente el padre).
Tanto si se trata de niños como de niñas, el contacto con el padre hace que disminuya la sensación de pérdida y de distanciamiento con una figura relevante en su vida. Además, es una importante fuente de cariño y apoyo. Pero además, en el caso de los niños varones, el contacto con el padre resulta muy beneficioso ya que permite una identificación adecuada con los roles propios de su género.
Calidad de la relación entre los dos progenitores
Uno de los factores que mejor predice el ajuste de los hijos ante el divorcio de sus padres es la calidad de la relación entre los padres después de la separación. Los padres que se esfuerzan por mantener una relación cordial y, sobre todo, por no mezclar a los hijos en sus disputas consiguen que su evolución sea mucho más positiva.
Además, cada uno supone un apoyo para el otro y transmiten al niño la sensación de que pueden confiar tanto en uno como en otro.
Cuando la custodia la tiene el padre
Como hemos mencionado antes, después del divorcio la mayor parte de las veces es la madre quien convive con los hijos. Esto responde, en parte, a la tradicional idea de que el primer vinculo que se establece es el materno y que no se debe romper. Aunque está claro que cuando se establecen los vínculos afectivos no es conveniente romperlos, eso no significa que la persona mas indicada para criar a los hijos sea siempre la madre y, mucho menos, que nadie mas que ella esté capacitado para realizar esa labor.

Los estudios que han evaluado la evolución de los hijos que viven con sus padres ofrecen resultados tan positivos -o incluso mas- que los que viven con sus madres. Además, al comparar los efectos en niños y niñas se parecía que el convivir con el padre tiene para los niños efectos más beneficiosos que convivir con sus madres. Esto sucede porque parece que los padres dan una imagen más autoritaria y consiguen que sus hijos se sometan mejor a su disciplina que a la que imponen las madres. Por otra parte, los padres refuerzan más las conductas positivas de los chicos y tienen menos en cuenta las negativas.
Respecto al desarrollo de las niñas, se observa que la convivencia con los padres favorece el aprendizaje de unas pautas de conducta heterosexual mas adaptadas que cuando no disponen de una figura masculina.
Recomposiciones familiares
Los niños que viven el divorcio de sus padres suelen vivir, unos años después, el nuevo emparejamiento de sus progenitores con otras personas.
El principio de la convivencia de las llamadas familias reconstituidas es siempre complicado. Los diferentes miembros deben acostumbrarse a convivir con personas que no conocen de nada. La familia debe encontrar la manera de establecer normas e interacciones satisfactorias para todos sus miembros. En muchos casos, los niños son ya mayores y el nuevo compañero o compañera del progenitor que tiene la custodia ni ha seguido su evolución ni conoce su historia. El ejercicio de la autoridad y la disciplina es uno de los mayores problemas con que se enfrentan estos nuevos padres y madres.
Estas nuevas familias atraviesan diferentes etapas en función de cómo van evolucionando. En un principio, parece que los padres fantasean sobre e amor que surgirá casi a “primera vista” entre ellos y los niños. Los niños, al contrario, suelen tener una imagen negativa del padrastro o la madrastra que, seguramente, han extraído de la literatura infantil. Esta visión les puede llevar a tener ciertos reparos a la hora de interaccionar con el nuevo adulto que aparece en su vida. Además, para ningún niño –ni adulto- es fácil establecer una relación de confianza con un desconocido.
En general, se suelen organizar subsistemas que coinciden con los lazos biológicos entre padres e hijos. Cuando surgen las peleas entre los hijos de cada adulto, o entre los hijos y la nueva pareja, el adulto se puede sentir abrumado y sin recursos para poder manejar la situación. En general, se suelen adoptar medidas para reconducir la convivencia que tienen éxito pero, si esto no se logra, el stress familiar puede provocar la ruptura de la pareja.
La adopción de soluciones ante estos conflictos implica que cada miembro de la familia establezca sus necesidades, que se construyan nuevas bases sobre las que apoyar el sistema familiar, que se adopten pautas comunes sobre las que exista acuerdo entre la pareja y que, en la medida de los posible, se rompan las fronteras entre los núcleos biológicos. El adulto nuevo que llega a la familia debe tener especial cuidado en cómo manejar su relación con los hijos. con el tiempo, los niños podrán considerarle como un adulto en el que se puede confiar pero que no establece pautas de disciplina. Si la relación continua siendo positiva y los niño son relativamente pequeños, llegará un momento en que la implicación del adulto en su vida alcance también la autoridad y la disciplina. En el caso de hijos mayores imponer estas pautas resulta más difícil. Para los hijos adolescentes y aun mayores. La nueva pareja de su padre o su madre suele ser alguien en quien confiar y con quien compartir problemas o inquietudes.
Encontrar cada uno su lugar dentro de este nuevo sistema y establecer las normas de convivencia adecuadas es un proceso largo y complejo, que suelen durar como mínimo 4 o 5 años, y en el que puede haber épocas de desconcierto y estrés.
Encontrar cada uno su lugar dentro de este nuevo sistema y establecer las normas de convivencia adecuadas es un proceso largo y complejo, que suelen durar como mínimo 4 o 5 años, y en el que puede haber épocas de desconcierto y estrés.
Existen determinadas variables que influyen en cómo evoluciona este proceso:
1. La edad
El principio de la adolescencia es la época más difícil para adaptarse a las recomposiciones familiares. Cuando el adolescente tiene que habituarse a la presencia de otro adulto, a convivir con él y adaptarse a un nueva dinámica familiar, los cambios resultan aun mas bruscos y difíciles de resolver.
2. El género de los hijos y de la nueva pareja
En general las chicas, especialmente si están en la adolescencia, encuentran mas dificultades y tener una buena relación con la nueva pareja de su padre o su madre. Cuando se trata de una figura masculina, suele interferir con los procesos de maduración sexual y de interacción con los miembros del otro sexo, que ya por si solos son complejos y ocasionan dificultades a todas las adolescentes. Además, para las chicas la aparición de un hombre en casa supone la amenaza dela pérdida de la relación estrecha que había establecido con su madre. También a las niñas les cuesta llevarse bien con una figura femenina. Muchas veces se dan conflictos de lealtad entre las dos figuras maternas. En función de cómo planteen la madre biológica y la nueva pareja del padre su relación con la hija estos problemas desaparecerán.
Para los chicos parece que es más fácil adaptarse a esta situación, sobre todo, si es una figura masculina la que llega al hogar. Los niños se benefician de la aparición de una figura masculina si no comienza ejerciendo su autoridad y se muestra cariñoso y preocupado por la vida de los niños. Cuando la nueva pareja es una figura femenina, al igual que para las chicas, la adaptación es más difícil.
3. El contacto con el progenitor que no tiene la custodia
Uno de los factores que contribuyen a la evolución adecuada de estas nuevas familias es que los hijos sigan manteniendo una relación estrecha y estable con el progenitor que no tiene su custodia. Si tanto el progenitor que no tiene la custodia como la nueva pareja del otro consiguen establecer de forma clara cuál es su papel dentro de la vida del niño, la adaptación será más fácil porque tendrán menos problemas de lealtades.
Las segundas nupcias tienen más probabilidades de terminar en divorcio que las primeras. Aun así, los estudios muestran que las familias recompuestas, después de unos años, logran niveles de ajuste casi tan buenos como los de las familias intactas y mayores que los de las familias monoparentales. El fracaso repetido de las recomposiciones familiares puede tener efectos negativos en la estabilidad emocional de los hijos debido al esfuerzo de adaptación que supone, a la redefinición de roles y, en general, a todos los cambios que hay que afrontar.
Padres homosexuales

En general, parece que los padres homosexuales muestran un grado de compromiso y eficacia similar al de los padres heterosexuales en el cuidado y educación de sus hijos. en algunos estudios se encuentra que los padres varones homosexuales son más eficaces que los heterosexuales a la hora de imponer sus límites a la conducta de sus hijos y se muestran más receptivos a sus necesidades. Quizás, la mayor diferencia con el resto de los niños que están expuestos al rechazo porque viven en sociedades en la que no se acepta la orientación sexual de sus padres.
En un principio, el padre constituye una figura con la que compartir algo de tiempo. La mayor parte de los padres se dedican a inventar actividades para hacer durante el rato que están con sus hijos. si no se consigue una mayor implicación existe el riesgo de que el contacto sea cada vez mas distante en el tiempo y la relación termine perdiéndose. Esto puede provocar en los hijos frustración, sensación de abandono y pérdida y la impresión de que su padre ha dejado de interesarse por ellos.
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