Las interacciones familiares durante los primeros meses de vida
Durante los primeros meses de vida, los bebés parecen ser seres pasivos, que casi no reaccionan ante los estímulos y que pasan la mayor parte del tiempo durmiendo. A pesar de esta apariencia, hay que destacar que los bebés disponen de formas de comunicación rudimentarias que ponen en funcionamiento desde los primeros momentos de vida. Por ejemplo, lloran cuando tienen hambre, transmiten algunas de las emociones básicas a través de expresiones faciales y muestran más interés por estímulos sociales comolas caras y las voces humanas.
Uno de los principales cambios se produce hacia los tres meses, cuando el bebé empieza a reaccionar de forma especial ante los gestos y señales de sus cuidadores habituales. A partir de este momento, las madres y los padres establecen una forma de comunicación diferente, que incluye el juego cara a cara y que supone la base de muchos progresos cognitivos y sociales posteriores.
Cuando un adulto se dirige a un bebé adopta una forma de hablar bastante peculiar que no aparece en otras situaciones comunicativas. Así por ejemplo, se producen muchas repeticiones, se exagera la entonación, se varía el tono, se hacen muchas preguntas, las frases son cortas, etc. Este conjunto de rasgos conforman lo que se ha denominado el habla de estilo maternal. El adulto observa las reacciones del bebé. Este puede mirar al adulto, abrir los ojos, sonreír, llorar o moverse pero, en todo caso, queda claro que está interactuando.
Aunque existen diferencias culturales en cuanto a cómo se produce esta interacción, parece ser una pauta común y universal.
En un principio las interacciones son asimétricas, es el adulto el que las dirige y parece realizar toda la actividad. El adulto mantiene en las interacciones un alto grado de orden. Esto permite que el niño aprenda a predecir lo que va a suceder y conozca la secuencia de acciones tal y como se realiza. Poco a poco, el bebé se va haciendo mas activo y aumenta su papel hasta que llega a utilizar su turno de la interacción para introducir algún elemento nuevo. Estos juegos se denominan formatos y constituyen un contexto en el que el niño aprende uno de los fenómenos mas relevantes de la comunicación: la existencia de turnos.
Mediante estas interacciones coordinadas se establece un verdadero dialogo entre el bebé y el adulto. Hay veces en que la interacción está perfectamente coordinada y se produce un ajuste muy satisfactorio para los dos. No obstante, estos momentos son en general breves y poco frecuentes y no superan el 30% del tiempo total de juego entre padres e hijos. (Berger y Thompsom).
Es posible que los cuidadores realicen interacciones inadecuadas, en unos casos por estimular demasiado al bebé y, en otras, por estimularlo demasiado poco. En el primer caso se trata de madres o padres que, por ejemplo, intentan jugar con su bebé cuando este prefiere realizar otra actividad. Para defenderse, estos bebés ponen en marcha una serie de gestos que indican de forma clara que quieren evitar la interacción como apartar la mirada, intentar separarse del adulto o llorar. Los adultos que estimulan poco a sus bebés consiguen que éstos reaccionen poco, tanto con sus cuidadores habituales como con otros adultos. Así, miran, sonríen y vocalizan menos que los bebés que reciben más estimulación. Los bebés de madres deprimidas suelen ajustarse a este patrón.
El temperamento del bebé es otro factor que influye en el establecimiento de estas primeras interacciones familiares. En ocasiones, los bebés con temperamentos difíciles provocan respuestas de indefensión en los padres que terminan pensando “da igual, haga lo que haga va a seguir llorando”. Esta sensación de incontrolabilidad puede llegar a disminuir las interacciones e interferir en el establecimiento de los lazos afectivos, lo cual puede tener importantes repercusiones en diversos aspectos del desarrollo social, emocional y cognitivo del bebé.
Cuando se aprende a andar: las interacciones familiares en niños 1-2 años.
Cuando un niño empieza a dar los primeros pasos, las relaciones con los objetos y las personas que le rodean cambian significativamente. Esta novedad implica un cambio en las relaciones con los padres. Además, para la mayor parte de los niños de esta edad existen otros entornos como la guardería o los juegos con otros niños que también suponen un cambio en las relaciones sociales y familiares.
Las interacciones coordinadas y el establecimiento del apego constituyen la base para la relación entre el niño de uno a dos años y sus padres. Durante este periodo parece fundamental que se estimule la curiosidad del niño y que los padres se impliquen en sus actividades diarias.
Existe una escala de medida denominada HOME que evalúa si las condiciones de interacción y establecimiento de vínculos que los padres imponen en este periodo son adecuados para el desarrollo del niño. Esta escala está formada por seis subescalas que miden la capacidad de respuesta emocional y verbal de la madre, si se evita el castigo, cómo está organizado el entorno físico, si el niño dispone de juguetes adecuados, si la estimulación es variada y hasta qué punto el cuidador se implica en la actividad del niño.
Según diversos estudios, las puntuaciones en esta escala resultan buenos predictores del desarrollo cognitivo posterior del niño, incluso más que el CI. Si los adultos que cuidad del niño consiguen responder adecuadamente a sus demandas e implicarse en su actividad, evitar el castigo y organizar el entorno de tal forma que no haya peligros y la estimulación sea variada, es probable que el niño adquiera las capacidades y herramientas cognitivas adecuadas aunque posea un CI más bajo que otros niños cuyos padres no realizan bien todas estas funciones.
Esto no quiere decir que los niños que no disfruten de unas interacciones sincronizadas y satisfactorias vayan a sufrir graves secuelas a lo largo de toda la vida. Los acontecimientos que se vivan con posterioridad podrán modificar el desarrollo tanto de los niños que hayan tenido experiencias positivas, como los que han tenido experiencias negativas durante estos primeros años de vida.
LAS INTERACCIONES EN EL ÁMBITO FAMILIAR
La familia ofrece el primer contexto de relación social en el que resultan especialmente relevantes la formación de vínculos emocionales. La cualidad de las relaciones y los vínculos que se generan en la familia, suponen uno de los factores que más marcan el progreso psicológico, social y emocional de los individuos. Estas relaciones y vínculos tienen como marco las estrategias educativas y socializadoras que utilizan los padres. Más allá de las primeras interacciones familiares, es en los años preescolares cuando los padres comienzan a desplegar dichas estrategias.
Estilos educativos
Se denominan estilos educativos a las pautas y estrategias educativas que los padres emplean en las interacciones con sus hijos. Estas pautas educativas tienen como objetivo fundamental la socialización emocional y conductual de los hijos. Sabemos, además, que estas practicas tienen grandes consecuencias sobre el desarrollo psicosocial de los individuos. La perspectiva tradicional de los estudios sobre los estilos educativos parentales hacia hincapié únicamente en esta “dirección” en las relaciones entre padres e hijos. Sin embargo, los modelos actuales parten de las siguientes premisas a la hora de explicar los estilos educativos en el contexto de la familia:
1. Las relaciones padre-hijo son bidireccionales, de forma que la elección de un estilo educativo también está influido por características propias del niño y su respuesta al mismo.
2. Factores como la historia personal de los padres, su representación acerca de cuál debe ser su rol como educador, sus creencias sobre el desarrollo y sus expectativas sobre los hijos tienen gran importancia a la hora de elegir una estrategia educativa u otra.
3. Los estilos educativos utilizados por los padres son tendencias que pueden modificarse tanto entre un hijo y otro como con cada hijo, dependiendo de las circunstancias, los contextos, el objetivo de la interacción, etc. pero, sin embargo, suelen constituir formas de comportamiento conscientes.
Los estudios clásicos sobre los que se asientan gran parte de las investigaciones actuales acerca de los estilos educativos son los de Baumbrind. Esta autora observó las interacciones que se producían entre padres y sus hijos preescolares y clasificó dichas interacciones en dos grandes categorías: exigencia y receptividad. La categoría exigencia recogía si, en las interacciones, los padres eran o no rígidos a la hora de imponer normas y hacer que sus hijos las cumplieran. Así mismo, tomaba en cuenta otra dimensión: si los padres eran o no sensibles o receptivos ante las demandas que les hacían sus hijos.
Atendiendo a estas dos dimensiones y a su combinación, Baumbrind propuso diversos estilos educativos: si eran exigentes y receptivos, el estilo educativo era democrático. Si no era exigente pero sí receptivo, se denominó permisivo, y si era exigente pero no receptivo se denominaba autoritario al estilo educativo.
Estas categoría y sus contenidos fueron redefinidas por MacCoby Y Martín en 1983. Así, la categoría exigencia fue denominada control y hace referencia al grado de presión que los padres ejercen sobre sus hijos para que estos cumplan los objetivos educativos que consideran deseables. Por otra parte, la receptividad fue incluida en la dimensión denominada afecto y supone el grado de sensibilidad y capacidad de los padres para tomar en cuenta y responder a las demandas de sus hijos, sobre todo aquellas referidas al ámbito de lo emocional. MacCoby y Martín proponen tomar en cuenta el grado en el que aparecen tanto el afecto como el control y esta es precisamente una de sus aportaciones a lo propuesto por Baumbrind: el hecho de interpretar las actitudes y comportamientos de los padres hacia los hijos, en forma de continuo. Además, los autores desdoblan el estilo educativo denominado permisivo por Baumbrind en permisivo e indiferente.
Atendiendo a estas dos dimensiones y a su combinación, Baumbrind propuso diversos estilos educativos: si eran exigentes y receptivos, el estilo educativo era democrático. Si no era exigente pero sí receptivo, se denominó permisivo, y si era exigente pero no receptivo se denominaba autoritario al estilo educativo.
Estas categoría y sus contenidos fueron redefinidas por MacCoby Y Martín en 1983. Así, la categoría exigencia fue denominada control y hace referencia al grado de presión que los padres ejercen sobre sus hijos para que estos cumplan los objetivos educativos que consideran deseables. Por otra parte, la receptividad fue incluida en la dimensión denominada afecto y supone el grado de sensibilidad y capacidad de los padres para tomar en cuenta y responder a las demandas de sus hijos, sobre todo aquellas referidas al ámbito de lo emocional. MacCoby y Martín proponen tomar en cuenta el grado en el que aparecen tanto el afecto como el control y esta es precisamente una de sus aportaciones a lo propuesto por Baumbrind: el hecho de interpretar las actitudes y comportamientos de los padres hacia los hijos, en forma de continuo. Además, los autores desdoblan el estilo educativo denominado permisivo por Baumbrind en permisivo e indiferente.
ü Estilo educativo democrático
Los padres que utilizan un estilo educativo democrático tienen una visión de sus hijos como sujetos activos en el proceso de socialización y desarrollo. Además, dotan de gran importancia al afecto y la emoción en dicho proceso.
Las normas y su cumplimiento son vistos como elementos necesarios para el progreso de los niños, pero los padres establecen una jerarquía de importancia respecto a la cualidad y al cumplimiento de las mismas. Además, se fomentan el razonamiento y el dialogo sobre estas normas.
Como señala Berk, la educación democrática fomenta un acercamiento racional y respetuoso entre padres e hijos.
La pautas de comportamiento propias de este estilo de crianza y educación promueve la progresiva independencia y responsabilidad de los hijos. Se basa en la progresiva capacidad de razonamiento infantil y la impulsa mediante su puesta en práctica a través de distintos ámbitos, con complejidad creciente. Por otra parte, proporciona un marco adecuado de aprendizaje y desarrollo de la toma en consideración de los puntos de vista y motivos de los otros, características que son elementos fundamentales de la autonomía.
Distintas investigaciones han mostrado que los niños que han sido educados siguiendo estas pautas democráticas, muestran desde los años preescolares un concepto de sí mismo y una autoestima superiores a los niños cuyos padres utilizan otros estilos educativos. De igual manera, los niños muestran una mayor capacidad de relación e interacción así como una mayor madurez emocional.
ü Estilo autoritario
Cuando los padres entienden que la educación ha de fundamentarse en el estricto cumplimiento de normas inmutables y que su papel es velar por dicho cumplimiento, nos encontramos ante un estilo educativo autoritario.
Ahora los niños son vistos como sujetos pasivos. No pueden razonar o pensar sobre las normas. Los puntos de vista de los niños o no se tienen en cuenta o se infravaloran, desde el convencimiento de los padres de que les falta capacidad y experiencia. Por ello, las pautas de comportamiento son impuestas y la respuesta a su desacato es en castigo. Además, los padres que utilizan este estilo de crianza entienden el ajuste perfecto a las normas como un signo de respeto.
En lo que se refiere al afecto, no se considera importante el aspecto emocional de las relaciones entre padres e hijos.
Este estilo fomenta la dependencia, además de interferir en el progreso de la capacidad de critica y razonamiento. Por otra parte, no resulta un buen modelo para el aprendizaje de capacidades de relación y toma en consideración del otro.
Se ha encontrado que los niños educados siguiendo este estilo educativo autoritario muestran, con frecuencia, un comportamiento ansioso y hostil. Tienen un nivel de frustración alto y se conducen de forma insegura. También es propio de este estilo promover entre los niños actitudes de introversión y un bajo nivel de autoestima.
ü Estilo educativo permisivo
Las pautas generales de comportamiento de los padres que educan bajo la permisividad están relacionadas con una visión afectiva de las relaciones entre ellos y sus hijos. los padres se muestran cariñosos y atentos con sus hijos. Su visión de los niños es la de seres que han de desarrollarse por sus propios medios y que su capacidad como adultos para interferir en dicho proceso es mínima, por ello se sienten muy poco responsables del mismo.
Creen que el conocimiento y el cumplimiento de las normas no es un elemento importante de progreso y evitan demandar a sus hijos dicho cumplimiento e, incluso, intentan evitar exhibir un comportamiento impaciente ante ellos.
Los niños pueden expresarse y comportarse, prácticamente, de la forma que crean oportuno o les apetezca, siendo el control de los padres muy escaso, tomando decisiones que, en muchas ocasiones, no les competen o para las que aun no se encuentran preparados.
Como consecuencia de todo ello, los niños educados de forma permisiva presentan, a menudo, comportamientos inmaduros y un control de sus impulsos bastante deficiente. A la vez, su competencia social es baja y tienden a ser muy demandantes e inmaduros, con escasa capacidad de concentración y esfuerzo.
ü Estilo educativo indiferente
Este estilo educativo supone una paternidad no responsable. En ella, la implicación emocional de los padres con sus hijos es baja y se combina con una falta de exigencia. Los padres indiferentes intentan que la educación de sus hijos conlleve el mínimo esfuerzo posible por su parte. Así, pueden acceder a los deseos de sus hijos si estos pueden satisfacerse de forma fácil y si ello revierte en su comodidad a corto o medio plazo.
Los niños educados con indiferencia muestran un desarrollo bastante deficiente, ya que carecen de vínculos emocionales de calidad así como de estimulación afectiva y cognitiva. En sintonía con esto, su capacidad y competencia en las relaciones sociales es escasa, mostrando, sobre todo con los adultos, una acusada tendencia a la dependencia.
Los niños educados en este estilo se muestran poco respetuosos con las normas, infringiéndolas constantemente o aceptándolas ciegamente si provienen de adultos con los que se vinculan afectivamente. Una baja autoestima y autoconcepto, así como inestabilidad psicológica y emocional, son otros de los rasgos que promueve la crianza basada en la indiferencia.
El caso extremo de una crianza indiferente supone la negligencia, es decir, la falta absoluta de interés y preocupación por procurar las condiciones físicas y emocionales básicas para el desarrollo de los niños, lo que supone, sin duda, una forma de maltrato.
La elección de un estilo educativo está condicionada por una serie de factores, entre ellos las características de personalidad del niño. Es probable que un niño con buen autocontrol y capacidades de relación contribuya a que los padres se dirijan a él en un tono conciliador, establezcan con él unas relaciones afectivas fáciles y que, además, la disciplina sea en gran medida innecesaria. Un niño excesivamente revoltoso o inquieto contribuirá a que sus padres traten de ejercer sobre él un mayor control. No obstante, con la edad los padres tienden a variar el peso del control sobre el niños, de manera que van acercándose cada vez más a estilos democráticos.
Durante las últimas décadas bastantes estudios muestran que la clase social es un elemento que se encuentra relacionado con la elección de una pauta de crianza u otra. En general, se observa una mayor tendencia a seguir un estilo autoritario entre las familias de clase baja. Las preocupaciones propias de la falta de recursos y sus efectos psicológicos sobre los padres podrían estar relacionadas con la puesta en práctica de este estilo. Las investigaciones también establecen relación entre un estatus social más acomodado y la elección de un estilo mas democrático. No obstante, como apuntan Rodrigo y palacios, nos estamos refiriendo a medias de comportamiento en grupos.
En general, podemos decir que la bondad de una práctica educativa viene determinada por su ajuste al momento y peculiaridades evolutivas del niño, al tiempo que tenga como objetivo prioritario promover su desarrollo integral.
LAS RELACIONES ENTRE HERMANOS
La llegada de un nuevo hijo supone una alteración en la configuración previa de la familia pero además repercute en las interacciones que se producen entre todos los miembros de la misma. El nuevo bebé modifica radicalmente el estatus del primer hijo: en primer lugar, respecto a la relación con sus padres, y en segundo lugar, en lo que se refiere en su posición frente a un igual.
Las relaciones entre hermanos resultan interacciones con características propias y ofrecen marcos de competencia social peculiares. No hay que olvidar que los momentos evolutivos de los hermanos se encuentran más sincronizados, lo que supone que las relaciones se establecen en un plano de mayor igualdad. Por ejemplo, resulta mucho más frecuente la comunicación de emociones y necesidades ante conflictos entre hermanos que entre hijos y padres.
Desde las últimas décadas, muchas de las investigaciones llevadas a cabo en este terreno, se han preocupado fundamentalmente por encontrar y estudiar los aspectos positivos de estas relaciones. Todas estas investigaciones tienen en común resaltar la complejidad re las relaciones entre hermanos, remarcando que si algún término puede definirlas es el de ambivalencia. Efectivamente, estas relaciones son complejas y llenas de afectos contrapuestos que suponen la combinación de sentimientos y emociones positivas con otras negativas. La explicación a esto hemos de buscarla en los distintos individuos que componen el grupo familiar, sus relaciones y la influencia que ejercen unos sobre otros. Así, las relaciones entre hermanos pueden analizarse tomando en cuenta dos factores fundamentales: Las características de los hermanos y las relaciones entre padres e hijos.
Las características de los hermanos
Autores como Dunn y Plomin apuntan que, al comparar hermanos, resultan mas frecuentes las diferencias en rasgos generales (personalidad, aptitudes, actitudes, etc.) que las semejanzas. Esto hace que uno de los factores que mejor predice unas relaciones filiales poco conflictivas sea lo que se denomina calidad de ajuste entre sus temperamentos. Así, hermanos con temperamentos y personalidades opuestas suelen ser mas conflictivos y hostiles entre sí que aquellos con temperamentos entre los que existe una mayor sintonía.
Durante mucho tiempo, la visión de la familia y los hermanos tendía a describir a estos desde la óptica de que son individuos que han sido educados por los mismos padres y en un ambiente similar. Hoy sabemos, que aunque las pautas de crianza son tendencias estables, estas se modifican atendiendo a un buen número de factores y que, por otro lado, las interacciones entre los diversos miembros de la familia tienen repercusiones en todo el sistema.
LAS RELACIONES PADRES-HIJOS
Las relaciones de los padres con cada uno de sus hijos marca de forma considerable el clima de relación entre los hermanos.
Sin embargo, como hemos visto, las interacciones de los padres con sus hijos están influidas, también, por la personalidad de estos. Así, cuando uno de los hijos es cálido o comparte gustos, intereses, motivaciones, etc., con uno de sus padres, este tiende a tratarle y a establecer vinculaciones afectivas con él diferenciadas. En otras ocasiones, los padres establecen tratos distintos entre los hermanos desde el convencimiento de que resulta lo mejor para su desarrollo. De cualquier forma, estas variaciones de comportamiento hacia los hijos suelen promover entre ellos sentimientos de competencia y rivalidad.
Por otra parte, aunque el estilo educativo es estable, muchos padres lo revisan al nacer su segundo hijo, haciendo un balance de cuáles son los resultados que perciben de su actuación con el primogénito. No obstante, un factor que tienen gran importancias respecto al trato diferencial por parte de los padres es la verbalización de comparaciones entre los hermanos en las que uno de ellos sale claramente perjudicado frente al otro. Este tipo de comportamientos paternos/maternos producen baja autoestima y sensación de abandono en el niño, menos valorado y fomenta la rivalidad y los celos.
Por otra parte, aunque el estilo educativo es estable, muchos padres lo revisan al nacer su segundo hijo, haciendo un balance de cuáles son los resultados que perciben de su actuación con el primogénito. No obstante, un factor que tienen gran importancias respecto al trato diferencial por parte de los padres es la verbalización de comparaciones entre los hermanos en las que uno de ellos sale claramente perjudicado frente al otro. Este tipo de comportamientos paternos/maternos producen baja autoestima y sensación de abandono en el niño, menos valorado y fomenta la rivalidad y los celos.
Por último, señalar que aunque crecer con hermanos suponga grades beneficios ello no quiere decir que ser hijo único conlleve un desarrollo deficiente por carecer de dichas relaciones.
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